Describí un lugar.

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Describí un lugar significativo de mi pasado:


La casa de mis abuelos encima tres pisos. La azotea de barda es, para reconocimiento infantil, un encuentro entre el polvo, la vejez y unas manos pequeñas. El cuarto de lavado responde por la fachada de la biblioteca. Historietas, discos de vinilo. Esculturas de barro reconstruidas con pegamento. El tocadiscos moribundo. La mecedora desocupa cajas con adornos navideños, libros, hojas revueltas en capítulos apolillados y figuras de colección guardadas en el olvido.

Me gustaba viajar ligero por la azotea. El patio de recreo. Con balones o papalotes que se atoraban en las antenas o en el viento. La azotea fabrica un mirador. En las noches ronda el fantasma astronómico. Sobre aquella azotea imaginé desiertos destructores y camellos de metal. En aquella azotea inundé las islas que caían sobre los lagos. En aquella azotea espié a mi vecina la linda y me enamoré de sus apartados ojos. En aquella azotea lloré y regañé a Dios. En aquella azotea descubrí un caballo de plástico roto y busqué su jinete. Encontré una bicicleta disfuncional (y la confundí con una máquina del tiempo).

Aprendí a sanar leyendo en la azotea de la casa de mis abuelos. Trepé a la parte más alta para gritar lo que sentía o recuperar lo que tiré. Piedras y escupitajos al bote del terreno baldío. En aquella azotea me ensucié las manos platicando con hormigas y quemando plastilina. Dibujé un dragón y rayé el cemento. La azotea de las travesuras es ahora la azotea de la guitarra. Me refugio de la lluvia. Reboto una pelota de goma, en el frontón, contra la irremediable pared hasta invadir la azotea contigua.

La azotea todavía existe. Mismas losas, nuevas reminiscencias. En la azotea aprendí a cantar. La azotea ya no tiene vista al patio de tierra (ya no hay rosales en el jardín, ahora hay cochera). Hay un nuevo cuarto. Fui inquilino. La azotea acordonada por mayas grises. La pintaron de caqui. La azotea donde rompimos un cristal. La azotea que no es un campo de cultivo y que casi no tiene tejado, la azotea calmada donde pueden crecer personas.

Cierro los ojos y recorro la azotea de mis suspiros. La azotea confortable y desalmada. Semejante azotea es el bosque perdido que evité. Pues ella, ese lugar, me atrapó antes de salir.

Monterrey, 18 de Enero.

3 comentarios:

Daniela Bravo dijo...

Me recordó a mi niñez y esos recuerdos... : ) Me gusta.

Guillermo dijo...

...una lágrima.

Anónimo dijo...

excelente, así es ese lugar mágico, y yo te vi crecer ...en la azotea, que capturó tus sonrisas