Desolación

|
Hasta hoy no había balbuceado tanta oscuridad. Las sombras imprecan migrañas con huecos, los cuerpos menos visitados.

¿Anhedonia? ¿Qué significa? Imposibilidad de placer. Placer  -queridos pasajeros, lamentamos informarles que los próximos años serán turbulencias y espirales del drenaje- Todo va a cambiar para siempre. Para bien.
El fervor no es placa tectónica. No es nostalgia.

Me quedo.

Ya te diré pues estás preocupada. Antes de tu mordida yo ya tenía trastornos, yo ya moría de frío y las colchas se mofaban. Las personalidades de la escandalosa, estupefacta miseria.

¿Quién llora? (No se especifica en la receta médica)

Preguntas para necios que me han encadenado a techos y ductos de ventilación.

¡Se está inundando!

Ahora vuelvo.

Ya. Fui al baño a quitar la horca.

Entonces las vacilaciones ¿Por qué no puedo descender? ¿Por qué la tristeza se escribe así?  ¿Por qué las carcajadas? ¿Por qué las ostras? ¿Por qué no puedo? ¿Por qué descontrol? ¿Por qué las neuronas? 


El sublime disturbio.

Perdón, ahora sí.

Lo siento. Me retracto.

Astronauta enojado con la luna

|


Frustración recostada sobre cráter
desvelo eterno. 
Rasposa polvareda alumbrada y gris
Aspiraciones vulnerables.
El casco lúgubre, erosión de sangre blanca. Paseos congelador en la blanca uña, en la nostalgia menguante, distracción de asteroides fúnebres. Orbe menospreciado por el desdén, espejismos siderales. Ente astropólogo atormentado por el transcurso de las rocas y las heridas respiradas, convertidas en cables que se desenrollan desde un tanque. Cautivo en una válvula, moribundo. Desprendí un grito ahogado…en el mar de la tranquilidad, intempestivo… ¿Por qué una esfera desértica no siente lástima y no quiere adueñarse de nuestras prisiones?

Afección

|
Condenado a amar. A joderme junto a ti.
A perseguir humo.
A matar volcanes.
A caducar.

Me resigno a mojar los pies desde el precipicio.
Propenso al desborde.
Voz entrelazada y ronca.
Ánimos fisurados.
(No merezco tu miedo)

Me afecta...
Me afecta (tu pintura en el paladar),
y no como estorbo.
En polea, laguna descongelada
o aurora en desaparición.

Moco de Pavo

|

El cielo se decoloró después del entierro de Tobías. El mundo se degradó como una bufanda empapada. Cuando para los demás esclarecía y era un azul Caribe, yo lo veía blanquecino. La comida se tornó agria y la música insultante. Mi esposa se cansó. Se fue, en una sumersión. Sobando una quemadura con un vidrio frío.

Abandoné mi vida profesional. Traté de refugiarme en una casa de madera con ventanas de cobre. La agonía se interpuso a las siestas, al atardecer, en los detalles. El viento me debilitaba. Drástico, con lástima, el olvido me pidió perdón.

Entré al museo donde una exhibición me hizo recordar que hace muchos años compré una enciclopedia de tradiciones. Fui capturado por una de las descripciones, denominada el día de los muertos. El asombro remanente inspiró el plan.

Decidí sacar dinero del banco e invadir una habitación en México. Revisé un mapa antes de negar el océano. Rememoré los ojos azules de Tobías. Su color favorito era el gris, me confesó, porque lo adormecía.

Todo es menos triste desde que desempaqué. Alquilé un cuchitril en Veracruz, en lo que encuentro ocupación.

Huí del puerto. No tolero la violencia ni el calor. Antier me arrestaron y cada día las playas se marchitan con sombras de barcos armados.

Me recomendaron Xalapa. Comencé limpiando los suelos de un mercado que está entre una cárcel y una iglesia. Es un tenderete cuadrangular, red de pesca. Recojo los filamentos de perejil y los jitomates. Todas las mañanas me regalan el desayuno a cambio de una barrida. Me apodan ‘Ese’ como diminutivo de Sören. Jaime, el florista, cree que es la traducción de Sergio. Me agrada su humildad. Es de los pocos que respeta mi discreción. A nadie le he mencionado la voz de Tobías, que resuena entre mis ganglios como una paloma aplastada o un violonchelo sin aplomo. Nadie cuestiona los motivos de mi emigración. La consideran irreflexiva.

Jaime se burla de mi desaparición en el primer mundo. Me pregunta si es sensato retroceder en la cadena evolutiva. Yo le respondo con una postal ajada que me heredó un bisabuelo: reseña en perfecto español la prepotencia. Me invitó a cenar para decidir que -nada importa tanto-.
Con él me sinceré, aquella noche, después de los mariscos. Caminamos y le traduje mi pasado. Lloró y a la mañana siguiente le pedí un favor.

Vine a México para conseguir un empleo en cualquier cementerio, uno vetusto y con rejas, con un olmo en la salida y el tiritar.

Quiero sacudir las tumbas, recuperar su dolencia, curarlas con lentitud de pañuelo. Roncar al lado de sábanas llameantes y luto admirable.

Antes de evacuar Dinamarca requerí un permiso de exhumación. Al hacerlo sentí la cabellera de Tobías en mi barbilla. Percibí sus dedos doblando mi oreja. Lo escuché resoplar. El traslado de su cuerpo se lo encargué a un amigo pescador capaz de transmutar un ataúd en un barco de vapor o un giro postal.

Cuando llegó el deshecho, protagonista de mis lágrimas, se abrían los primeros pétalos de agosto y mi puesto en el cementerio era evidente para viudas y espectros. En un segundo entierro el alma de mi progenie descansó en una parcela de mazorcas, con un epitafio ronco. Me despedí con un alcatraz en las rodillas.

Jaime me condujo a su pueblo natal separado a media hora del centro. Su madre nos abasteció con gastronomía florida y aguas frescas. Posteriormente caminamos a un costado de la vía del tren hasta llegar a un gallinero, en la colina. Le descubrí mis intenciones para el dos de noviembre. Jaime y su madre me instruyeron en el detallado ritual, me aseguraron los estimulantes de atracción paranormal. El aseo, el aroma, el color, el dolor, el lamento y la aparición.

El penúltimo mes, asemejado a un mariachi nórdico, me senté a sacudir la maleza y encendí incienso junto al fuego naranja. Enjugué los ramos de cempasúchil con la convección de la veladora. Tobías era cada sensación. Los aromas se interpusieron entre una noche estrellada y los huesitos calcinados cubiertos de losas. Los susurros mortuorios callaron. Una jarana con dos cuerdas movió una cancioncilla. La melancolía absorbió el color morado y naranja entre la oscuridad.
Me despertó un pie terroso que sobó mi mano.
-¿Papá? ¿Qué haces aquí?-
Abracé las piernas de mi hijo y me sumí en su esencia.

Morderse las uñas o las rodillas o la alfombra

|
Nieve y desierto.

El miércoles pasado.
Sucio. Aversión. 
Presencia devastadora
sobre la caída (hundimiento, ruptura, ruina, demolición, explosión, pandemónium)
Del sistema capitalista desde una perspectiva 
comunista. 

Callejón más angosto. 
Capcioso. No me quedó como esperaba.
Pensando en todos los artefactos que han intentado disolver, 
Desconcertante. Dolor apasionante.
Venimos a promocionar la alegría.

Pensé en el nerviosismo. Conciliábulo de cabezas. 
El cuerpo como una corporación. 
Guerra de fogatas.
Ya, los fusilarán. 
¿Y si se oponen?
Una pistola del tamaño de Rusia.

¿Es factible? No es como la calma o la perdición.
Ochenta horizontes. 
Para demostrar que lo hacen mejor que los demás.
Me cubro los oídos.
Me inspira y me preocupa. 
La amo porque me irrita.
Sentir como los dientes en las uñas, 
menguar presentimientos y replicar.
Conseguir lo indemne y pasearlo.

Cuento chistoso con un final demoledor

|

No recuerdo cuando empecé a perder la vista. Supuré una semana de achaques. Llegó una jodida tormenta a mis libretas, no pude escribir en la universidad. Las mañanas son mi jaqueca. (conozco un toro pequeñito, lo invito a desayunar un panqué con leche en mi cerebro, pero siempre disputamos la verdad de los asuntos vacunos y termina embistiendo y desordenando toda la sustancia gris y las lámparas. El otro día rompió la mecedora de mi abuelo, y bueno, son objetos perecederos, sí, pero le quita sílabas a mi nostalgia. Ahora ando por ahí con mi nostal o mi talgia) Por las tardes duermo y eso desequilibra mi hambre, flojera e inspiración. Escribo a oscuras, con tinta succionada de las pinturas rupestres menos estimulantes. Me levanto y me pongo a refunfuñar porque me perdí el atardecer. Las puestas de sol coleccionables, las cazo con un arco de plástico inflado con mala publicidad (destapacaños que brillan en la oscuridad) y una flecha de neopreno, apretada como un risco. Mis metáforas me disgustan. Las siento guangas. Cuando se va la luz y regresa, tú acabas de abrir el refrigerador y el resplandor de foco gélido, artificial, nervioso te llega con el olor a plátano húmedo o de cristal empañado... Pues así me siento últimamente, como el pico fosforescente de una gaviota aciaga con las plumas quemadas por un faro de molestias. Me quedo en calzones toda la luna (es decir todo el funeral, es decir toda la lluvia nocturna) y con garabatos termino un poema a guitarrazos y luego leo a los simbolistas franceses y posteriormente me deprimo y para salir del fango espiritual me pongo a cantar como perro (ídem a ladrar como músico) y al día siguiente me llevan un citatorio formalísimo al salón donde llevo la clase de 'Lingüística administrativa para pérfidas desgraciadas y aduladoras del formalismo ruso antiorgásmico y anticulinario' y (el sonido de la caída de una caja) me estrellé contra el cansancio.

Me levantó una de esas gordas aspirinas del tamaño de una quijada y ahí me ven patinando en el estanque congelado de mis ojeras para llegar a una oficina. Me reporté con el Licenciado Mengano y una secretaria me pidió tomar asiento, entonces yo saqué mi lanzallamas portátil y un vasito cónico de papel para arremeter a llamaradas salvajes contra la silla que ardió hasta quejarse, finalmente con un soplido bien hipócrita se derritió y yo retuve el juguito restante en el cono y lo empiné hacia mis labios y respondí: 'Épale, marciana, ya me tomé el asiento, literalmente, me lo bebí, me lo sorbí, me lo chupé. Y ya no gime la sequía al interior de mi garganta'. Pero sagradísimo coño, nada aconteció como lo estoy narrando. En vez de eso el licenciado Mengano me recibió. Resultó ser un caballo caballeroso. Me ofreció, me rogó ayudarlo para entrenar juntos a una bacteria tierna o a un hipopótamo anoréxico para el próximo torneo (o festival) de matatenas (en Zimbawe). Yo me crucé de brazos y le confesé que tenía en mi poder drogas deportadas desde Lituania hasta mis calcetines. El bárbaro se levantó bruscamente y me empujó con sus rodillas para acto sucesivo quitarme la camisa (con un destapacorchos), el muy maniático intentó dibujarme un pato con una crayola amarilla. Antes de eso yo ya había despertado en la sala de espera contigua a la verdadera oficina del licenciado Mengano. (Así ocurrieron los acontecimientos: me desmayé en el aula y el maestro asexual en lugar de encamarme rumbo a la enfermería me castigó por irresponsabilidad estomacal o una mafufada así, firmó mi citatorio con asuntos estudiantiles y contrató dos zopilotes para que me llevaran cagando (ojo, no dije cargando) y rodando (ojo, no dije volando) hasta las puertas del inframundo. En el vestíbulo conocí a Ian Curtis, el mero, y balbuceó con su palidez mientras mordía su dedo meñique y sostenía un periódico viscoso entre la axila: 'You hate less while sleeping.' ¿Habrá querido decir while dying? Estornudé y dolió para salir de esas cavernas.

El licenciado Mengano es un pelmazo disfrazado de caramelo cubierto de pelusas. Se aventó un monólogo insensible:
-Jovenzuelo, escuche con atención (una marca de audífonos auspiciadora), estamos hartos (es decir hasta el cuello, y si fuéramos jirafas aumentaría) de los juglares invasores y sus nocivas carpas al igual que sus ofensivas prosas. Aunado a esas manifestaciones o interpretaciones que van desde cavernícolas a mojarras o a protozooarios. No me interesa si ustedes se disculpan en cada ocasión y se retiran cuando los cachamos (llegamos tarde porque se atreven a organizar sus improvisaciones a la hora del té y eso es inaudito y ventajoso para ustedes e injusto para nosotros). Así que le voy a pedir que se me calmen, que se me aquieten y también le pediré estrictamente que me firme la siguiente petición para adoptar un manatí siberiano, porque mi esposa no me lo permite y si lo hacemos a su nombre nada de eso afecta).-

Grité como un mono aullador. Agarré un papel de baño y lo arrojé con toda la furia de 79 Polifemos (el cristal no se asustó siquiera) entonces me recomendó (es decir, me pre-obligó) asistir al psicólogo. Entonces me encaminé a un consultorio, pensando en Jung. ¿Le habrá gustado bailar salsa? Recordé un poema malísimo que tenía pegado en su baño un conocido que estudiaba un doctorado y tiene una tesis intitulada: 'Psicología necesaria para aprobar la zoofilia y/o necrofilia en Latinoamerica.' Con todo y baba fui al módulo de información para saber ¿dónde está el psicoanalista? y me hicieron completar una encuesta (pues ya estaba iniciada) y que citaré por puro entretenimiento:

A)¿Está satisfecho con la satisfacción de la información que lo satisfizo?
Respuesta: CAMELLO SIN JOROBA (el dibujo de un camello sin una joroba)

B)Del 1 al 10 siendo 1 'Asqueroso' y 10 'Ubicuo' ¿Qué opina sobre el servicio dado?
Respuesta: MAÍZ CON PRISA (el dibujo de una mazorca corriendo y sosteniendo un sombrero)

C) Si usted quisiera demandarnos ¿Usaría un abogado competente?
Opciones: Ajá;
Ojalá;
Otra: ¿cuál?

D) ¿Cree usted que estamos destrozando vidas (y un mundo) conforme resbalan los soles?
Opciones: No entendí la pregunta;
¿Podría repetir la pregunta?;
Soy metafísicamente incapaz de responder.
----------------(Fin de la encuesta.)

Me escabullí entre troncos y máquinas descapotadas hacia el edificio de asesorías donde una corbata me entrevistó. Yo le expresé mi voluntad para unirme a un novedoso movimiento de postvanguardia: el melancolíísmo. Escribo para esconderme, para desenfadarme, para mover ficciones. Le espeté mi parecer, sólo podría sentirme mejor si me permitía burlarme un poco de él. (¿Cómo? Le aconsejé googlear el concepto de solipsismo, dicen que horas después perdió los estribos y un imbécil lo ayudó a pegar y repartir panfletos de 'Se buscan estribos. Se ofrece recompensa alimenticia'). Posteriormente le pedí que me examinara con la prueba de Rorschach. Todo me remitía a una mariposa negra con rasgos azules, o a un hombre de nieve con cáncer, o a una rebelión orquestada con tinta de pulpo, o a un pantano estornudando. El individuo me regañó antes de finalizar la sesión, opinaba que yo soy un ente mediocre para mantener una beca con la calificación mínima aprobatoria, que yo era un vagabundo chapucero, un distraído, un bufón, un idiota virulento, y que una institución de renombre no merecía las desvergüenzas y menoscabos de mi ruin existencialismo ni tampoco los fuegos pirotécnicos de mis ataques de alegría. Me reprochó lo que sea.

Ahora suspiro. Quisiera ser un comediante profesional, o un trapecista, o un equilibrista, o un vigía a bordo de un rompehielos. Pero sólo soy escribano. Dirigí mis huesos al colchón donde muero. En el camino se interpuso una anciana morena con faceta obnubilada y un pocillo estirado con la limosna.
-¿Algo?- habló.
Y sus ojos callados, sus canas remilgadas y unas arrugas humilladas me lastimaron, el altar de una mujer marchita, censurada, como una tierra de anulación. Yo no traía dinero, de lo contrario le habría dado un billete de veinte, un par, un millón, si le fallase el corazón le daría el mío, lo remuevo y se lo tiendo como ofrenda, se lo inyecto por las costillas para que ella pueda seguir pidiendo.

26/Sept.


Regresa

|

Conversar apresurados
soltando soplidos suavizantes.
Agrios labios
acarician las sinuosas tuberías,
más lento,
alentan péndulos.

Devolver la cortina del cansancio
al cofre de la decepción.
Me he convertido en una máscara,
un lago de carne
que opaca síntomas polvosos.

Desilusióname repetidamente.
Tus engaños de otoño,
la portezuela del granero,
luna enlodada,
un guante deshilachado.

Quiero incinerar lo nuestro,
el huracán se tornó un engaño.
Trepanar los recuerdos
para remediar el temblor
y refrigerar mi inquietud.


Escurridero

|

Cuando el viento habla
imita el centro de la ondulación
en los pequeños lagos.

Cuando el tronco calla:
las cicatrices emiten un chasquido,
el tiritar del aguacero.

Las flotas de lodo reinan
los charcos de humo,
las pupilas se humedecen
como embudos lacrimógenos
porque no es muy tarde.

Decantar el brote,
separar piedras,
ahumar hojas perfumadas,
sentirse un ave
bañada en la copa
de los árboles que fueron
manantiales desertores.

Mecer la sonrisa
o recortarla.

La estrella en tu talón
teñida con una microestrella.
No puedo desmentir el cielo
o partir.

Pensamientos

|


Soñé que caminaba, sentí el peso de una chamarra y un clima neblinoso. Me topé con una maestra de historia francesa con ojos llorosos. La abrazo y le pregunto. Contestó con voz atribulada, llegaré tarde al nacimiento de mi nieto.
Anoche no llore. Desperté cansado. Desayuné café con mi tío y mi madre. Vi una mariposa negra con decorado amarillo. La he seguido, atraviesa siluetas. Temprano tenía ganas de escribir, ahora no. Llegamos a una tienda grande y recordé mi apática adolescencia, recapitulando la amargura por los estantes de ropa con olor a plástico. Ayer releí el poemario y me disgustó. No lo destruí porque soy voluble. Mi tío reseñó una película sobre un muro. Me parece disparatado que mi madre me demande escoger un color de boxers. Únicamente compro comida y libros. Ayer le dediqué a una mujer, que consideré mi musa, la lluvia. Me dijo que su padre ya se la había dedicado. Imaginen cómo me sentí. La poesía es una perdida de tiempo. Yo quiero perder mi tiempo, anegarlo, despintarlo. Todo eso. Me declaro, en el nombre del fregadero y los huecos, un poeta fantasma. Mañana mismo escalo dos o tres poemas diarios. Nunca pronuncies el imbécil ‘no me vuelvo a enamorar’. Porque no me chingues. Un abuelo prometió no olvidar y repentino Alzheimer. ¿A qué sabrá? Mi tío afirma que en donde habitamos los indígenas se congregan y cooperan para hallar trabajo, sobreponiendo sus tradiciones. Me sobresalté. Quiero escribir una novela al respecto. (No te adelantes). La culpa no sirve. Escribo en otro idioma. 
Ahora, refranes: “Si da el cántaro en la piedra, mal para el cántaro y si la piedra da al cántaro, mal para el cántaro”, “Las penas con mal son menos”, “Quien canta, sus males espanta”, “La letra con sangre entra”.
Las semanas venideras me desenamoraré.
(Pero es menos mental)
A veces escribo poemas incomprensibles:
*Cambios,
flotan
borrosos,
temidos.
No cierres.
Nada de suplicas.
Las paredes no ruegan.
Retorna al cincel .
El goteo transfirió
oleaje drástico en los hormigueros.
Regresa al agua.
Perdamos las sandalias
el atrevimiento del ocaso.

Estoy enamorado de un rompehielos. 
¿Le entienden? No me decepciona. Desahogar.
-Un trabalenguas.

Jardín

|

Cruzas la puerta. Sobrepasas los obstáculos del comedor. Esquivas el cerrojo y el muro del sanitario. En la primera puerta a la derecha subes las piernas por una ventana de madera. Emerges a la superficie posterior. Detienes el olfato, remueves los cordones del tendedero como helechos. Empujas la rejilla aromática y llegas a un a un jardín que te hace sentir. Amurallado y frondoso donde se vierten lágrimas, sudor, saliva. Efervescente o volcánicos. Ellos consiguieron la promesa de brotes, paciencias y deseos. La tierra aguada facilitó el nacimiento de frutos. Los zumbidos de insectos y aves chapalean el rocío. En los extremos tiemblan inmensas alas plateadas e hincados los huertos pancromáticos resollan al alba. El jardinero sobreprotegió el territorio con lanzamientos de broqueles. Tréboles y bugambilias.

Hasta la aparición de una tormenta. Relámpagos como hachas, sierras, ácido. El cuidador sucumbió ante la gripa. El jardín fue maltratado varias noches. Cuando el huracán se despidió quedaron ruinas y nostalgia. El jardinero desapareció. El moribundo visitó la explanada del huerto una tarde arrebol. Esparció polvo de grafito tallado desde un lápiz. Retrató la limpieza del jardín.

Alguien regresó a remendarlo. Recibió auxilio. Temprano levanta ramajes torcidos, junta semillas y mezcla arena con lodo. Una lluvia torrencial arruina la mejora. Volvió con lentitud. Con huellas y movimientos. Tocando la cabeza. En varias ocasiones se desesperó y rompió la pala. Lo ayudaron. Nubarrones, estrellas fugaces y dirigibles incendiados para poder terminar. Ahora una gran parcela respira. El aldeano aprendió del agricultor. Construyó sistemas de riego con cucharas y licuadoras. Repitió canales y acueductos con destreza y estrofas.

Sequía. Enterradas arrugas, sedientas. El aldeano buscó agua, lágrimas, sangre, aceite. Nada servía. No sé quién lo ayudó. Con música y remembranzas. Con interpretaciones del viento y el calor. El jardín, pletórico de entonaciones, cambió. El jardinero antecesor conserva el presentimiento. Lo encontró y al verlo, al hallar sus diferencias, lo devastó con el envés de los brazos, con una guadaña de sollozos. El aldeano tardó en derribarlo. ¿Por qué lo ayudaron? El lastimero jardín se hunde. El moribundo mandó una carta y un peldaño en descomposición. El aldeano lloró por un jardín sin dueño.

Una corriente subterránea une cavernas para crear un sendero y perpetrar la corteza. Inundó el jardín, desde abajo. Chorrea. Una fuente alimentando un acuario. Desmayarse. Drenar. El espantapájaros flotaba. La densidad elevó residuos.

Retener un jardín, un desierto, vaciar un océano.
Repartir hielo como augurio. El jardín congelado. Sin alpinismo. 

Reaparece con tardanza.

Precipitación.

|



Amaneciste una canción,
duermen los nervios.
Todavía no es hora.
Caminé por un puente colgante,
bañado en telegramas,
…mensajes…
recolecté agua con una cuchara de cristal.
Limpié el pasillo con una llamada telefónica,
tarareando.
Revisé los planos de un concierto privado.
Cantaré al atardecer, para ella,
posa sus manos en una almohada
dócil
el aliento de la lluvia
sus ojos refulgen
la sonrisa camina por una bahía de lugares,
luceros
y luciérnagas.
Quizá no sepa cómo convertir
un corazón
en una oración.
La probabilidad de precipitación no rebasa el 30%
La probabilidad de que el poeta intente besar a la viajera
es la misma de un descenso en bicicleta,
la misma de una hélice soplando un quinqué
la misma de un paseo en muelle
una ostra clavada a unas huellas
un niño revolviendo brillantina
las rutas de la mano
una constelación ardiendo por salir
un géiser reversible
una gráfica de barras enamorada de sus datos.
La probabilidad de que la viajera intente besar al poeta
es una venda.
Acompañado de tus ojos
dos fiordos
escondidos en un gesto,
navegados por un ritual,
las mesetas en tu mano
Las cálidas llanuras
apretadas por una lupa.
Es un momento.
Un inhalar.
Un ‘ya me voy’ incumplido.
Un ‘quédate’ con los labios.
Un minuto de ti.
Una lluvia contigo.
Una tarde de brillos.
Una aurora boreal comunicándose a besos
cerca de la pared, cerrando una puerta, despacio.
Es un secreto de luna. Unas gotas de secretismo.
Querer es no olvidar,
un capullo en el horizonte,
sensores en el dorso,
tu cariño es un pájaro lloviznando.
Querer es respirar.
28/jun/11

'Subconsciente: Utopía repetida.

|
Ataduras
consiguen vulnerabilidad
utopías repetidas
para permanecer.
Utópico propone, con modestia, tras años de pensamiento.
Las utopías sueltan el espíritu, lo sacan del órgano,
graban trazados en los mapamundis, devuelven la vitalidad al cardumen, le quitan los zapatos al obrero, pintan la decoración de una fachada en demolición, sacuden arrepentimientos, repasan los casos perdidos, aburren a los guerreros, enmarcan pulmones con vapor, soplan asteroides, remozan el torpor, cubren la vacuidad con cuidado, rasguñan el nimbo, embisten la choza para repararla mañana, chapalean con el agua de barro, escuchan las carcajadas de los bichos, mezclan un rehilete con la espalda de un álamo. Translúcido.

Las utopías trepadoras prescinden del ancla, instruyen salvavidas.

-ª-ª-ª-ª-ª-ª-ª-
Ahora, señoras, señores y estimados cangrejos, nuevos versículos, disidentes, no tienen que ver con la prosa anterior, no tiene que ver con la incertidumbre ni con los cerillos apagados, ¿es usted un pelmazo mayor o uno menor? Todo tiene ejemplos y soluciones fatídicas sino no estaríamos pregonando por una mitología moderna, una capacidad para elevarse con las rampas y los...(Texto incompleto, considerado malsano)

El viento acumulado en las greñas de una palma.
Hojas dolidas, apagadas por el tiempo
encuentran un conjunto de apreciados crujidos, lejos, un remolino, lejos, la playa de una fogata, más lejos, peligroso risco bochornoso, cerca, lomos de tierra sorben efectos de albedo.
***
Artículo &%$: Garabatear es un derecho que se debe merecer. Rayonear signos en tu pecho; en lo que debo creer. El mosaico del agua ondula, cola de ballena; las arañas rastrean diálogos ofendidos; en el rincón del juicio, un intruso, un pulmón inflamado, una costilla rota.
El columpio obedece la trayectoria de las manitas, el vaivén de las piernas inquietas y frágiles.

Caigamos juntos, pasado mañana.

'Surreal: Marimba

|


La puerta del balcón levitaba frente a la calle protegida por el intempestivo llanto del viento. Las hojas, antes derribadas, remaban aceleradas, acechando la brújula inscrita en la alborada. Entrecerré la mirada y con el puño más cercano achaté mi nariz. Pausé la lectura, usé el dedo anular como separador, justo en la página 78 de ‘Vuelo de Noche’ de Saint-Exupéry. La espina dorsal me levantó con el soborno de un descanso.
Acerqué el balcón a mis huellas dactilares. El atardecer quería separarse del fulgor, había un ramillete lastimado en la banqueta. Abajo, los adoquines sepultados inspeccionaban un rompecabezas repetitivo, una que otra hierbita recordaba visitar ese rompecabezas rompecorazones. Una llanta ponchada replicaba un asunto menospreciable. Arriba, los tendederos vaciados enlazaban arcos bicolores enroscados. Tropezaban con suaves paredes desmaquilladas. Vi al sol atragantarse con una nube.
Resoplé. Con el reloj de muñeca en los bolsillos, no tenía nada, ninguna manecilla que arreglar o perder. Recordé por qué había sido interrumpido. Por una melodía lánguida (En el instante). Abrí la portezuela para meter los pentágramas. Salpicaron el ambiente, perfumando leña de librería. ¿De donde provenía la tímida música? No hacía falta escudriñar la cuadra para averiguarlo. Una marimba de madera acomodaba sus huellas en las cercanías de la entrada contigua. Acostadas láminas resonaban temblando, sostenidas por un armazón mártir y emitidas por un tubo de resonancia que amplificaba y esculpía las notas.
Le regresé la sonrisa, empaqué aquel encuentro tibio. Brillaban claros idiófonos en una presentación sobrecogedora. Me atrapó. Encontré a los interpretes. Precursores del oleaje. Sonido tras sonido. Pulían las cabezas de las rejas de nuestro vecindario, acolchonaban las jaulas. Yo los recuerdo como los pueblerinos recuerdan a los volcanes septentrionales. Musité una limosna.
El acompañamiento constaba de un tambor lamiendo un platillo y un güiro veracruzano (la canasta de la limosna). Los ejecutantes del chimuelo ritmo, detrás de la marimba, los culpables, los talentos, un par de muchachos, como de mi edad o mayores, poseían camisas/pañuelos descosidos, enlodados y un peinado erizado.
Debía ser su primo o su amigo el baterista tuerto, remodeló un paliacate antiguo para secarse el sudor de los dedos y permitirse una aburrida bufanda. La madre consolaba el güiro y tocaba los timbres de las casas rebanadas en fronteras ajardinadas mientras su bebita hija masticaba la melancolía de un chupón maloliente, asiéndose a una hamaca enrollada al cuerpo de su madrecita.
Más tarde aprecié a la mediana niña confeccionando sonajas con un pandero.
Aclimataron el entorno y el interior de nuestro océano de cables con ‘La Bamba’, que estrena un querido júbilo . Levanta el tránsito de varias vidas bajo una ciudad bohemia y cetrina. Romperé el silencio con ese recuerdo, cavilaré hasta regresar, ello conlleva un reencuentro entre motines emocionales que petrifican y retoman el verdadero significado de los sucesos y apreciar el afecto natural del pasado.
Revivían las tonadas con una nueva serenata que fue bruscamente entrecortada por una ventana abierta.
Se trataba del intolerante vecino. Invocó una petición dirigida a la familia que anidaba en la marimba. Son sus palabras un látigo descarado:
-¡Oigan! ¡Disculpen! (aquí se callaron y viraron la mirada buscando la grotesca voz bigotuda del reclamo injusto) ¿Podrían callarse o irse a otro lado? Estoy viendo las noticias y no me dejan escuchar. ¡Gracias!.
Me es doloroso reanudar después de semejante ofensa. Los músicos achicopalaron sus intenciones.
Desmantelaron su trabajo, un concierto después, y arrastraron los resquicios con otro rumbo. No era su intención molestar, no es posible gozar despedazados por la indiferencia. ¡Véanlos a los ojos! No lo aguanté mejor que ellos. Los perseguí varias semanas.
De inmediato deseo relatarles el misterio de los orígenes de aquella marimba. Conseguí ésta verdad en las azoradas cuevas que mienten y rellenan los precipicios occidentales.
‘Reliquia marimbae’ fue tallada en invaluable cedro proveniente del Congo (el estomago del papalote que disimula el perímetro del continente africano), dicha madera no fue obtenida después de un árbol, no perteneció a ninguna escultura. Es miembro de una leyenda, una mitología esotérica y maldita.
Un elefante pereció un hechizo vengativo. Una maga traviesa ofuscó los colmillos de retoño elefante al recriminarle a su padre, un semi-Dios de Marfil, el incumplimiento de un capricho.
Al madurar, el elefante con colmillos de madera fue interesante en las estampidas y satánicamente codiciado por cazadores lugareños. Fungió como príncipe de la manada. Fue decapitado por un relámpago en las medianías de la sabana. Sus colmillos de cedro, deseados por toda fogata, se perdieron hasta ser encontrados en diferente década por un explorador inglés, escondidos en tenebroso cementerio de elefantes. Para luego ser vendido o regateado entre las arenas circulares de pocos turbantes. Terminó como reserva de maderos en un navío que rechinó hasta la antigua Cuba. Lustros más tarde, en base a ese par de puntiagudos leños, se elaboraron: una flauta, una mecedora y una de las marimbas del pueblo. Lejos.
La humilde familia que ahora desaparecía en errante trayecto por toda la ciudadela desconocía los tremendos orígenes del cráter flotante en su trémula inspiración. Ellos pasean y se detienen, interminablemente. Sudan un arte que deja caer monedas perezosas en los ahorros diurnos.
Van a invadir el sonido del centro histórico de la ciudad. Las edificaciones desviadas, el mamotreto de la basura comercial que abunda en el suelo de la marcha. Los desprestigiados arbustos disipan tropiezos inútiles. El volcán flameante es una marimba, arroja lava sedienta y rocas negras. El precipicio es una montaña de banquetas, unos zapatos desgastados. Mi reseña. Esa familia de escasos sueños. ¡Voy a mirarles los ojos!
Has demostrado que son una distracción. Para ellos no cantan, son confundidos con el trajín. Presurosa tú.
Me alejé, inmereciendo el regreso.
Comienza a llover en el interior de mi garganta.