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Se sentó en la vaina de la espada,
contempló los nudillos de mundos danzantes,
la fiera le grabó un demo
con oscuridades.

Usted amagó
cuando llovieron cucharas.
Usted rompió trenes
y le pidió ojos a los limosneros.

¿Qué?
¿Ya no quiere leerme?
¿Fatalismo de abolengo?
Ámense los fondos del inodoro,
donde ningún roble cae en
tormentas de audio.

En noches despegadas
se roe la gasa,
y linfocitos en fachas
se quedan a cenar cereal
con las falsedades,
con las hipnotizadas botellas frías.

Usted es una
de las costillas
del aparato de Golgi.
Usted es, del anochecer a la quijada,
un Dios endeudado
con la imprenta
ensangrentada
que Gutenberg estropeó
con su mentirosa elegancia.

¿Qué?
¿En dónde más se puede despertar?
Apúrate, o no se salpicarán bien las banquetas.
Usted es muy callado.