Ilesa

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                                                                                Para Itzel 
Te escondiste del fuego
pensando que los demás tendrían frío.

Le perdiste el rastro
a las sátiras húmedas boreales
en distorsión.

Quieres convertirte en lo tenue
Y que la tibieza se desnude ante ti.

Puente fronterizo entre aflicción y 
Labios, labios de haragán. 

Parpadea, luminosa, sin la nieve.
Confundida.
Entre el halo de emoción que emites. 

Y saber que memorizas la maldad
para alertar al volcán 
cuando se avecine la tempestad.

Y querer 
que el mundo sea plano otra vez
para escuchar su lado B.

Nombres moldeables 
enamorados de la purga-noche.

Nada se interpone entre la redacción de bailes-vuelos-páginas
y muecas

Tienta el micrófono en altamar,
rompe la tuna
con tus manos sorprendidas en las alturas. 

Decirte que saldrás ilesa por hoy
cuando reaparezca el panteón
con huesos desconocidos
que formen un mensaje. 

Y querer que el mundo esté intacto otra vez.





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Se sentó en la vaina de la espada,
contempló los nudillos de mundos danzantes,
la fiera le grabó un demo
con oscuridades.

Usted amagó
cuando llovieron cucharas.
Usted rompió trenes
y le pidió ojos a los limosneros.

¿Qué?
¿Ya no quiere leerme?
¿Fatalismo de abolengo?
Ámense los fondos del inodoro,
donde ningún roble cae en
tormentas de audio.

En noches despegadas
se roe la gasa,
y linfocitos en fachas
se quedan a cenar cereal
con las falsedades,
con las hipnotizadas botellas frías.

Usted es una
de las costillas
del aparato de Golgi.
Usted es, del anochecer a la quijada,
un Dios endeudado
con la imprenta
ensangrentada
que Gutenberg estropeó
con su mentirosa elegancia.

¿Qué?
¿En dónde más se puede despertar?
Apúrate, o no se salpicarán bien las banquetas.
Usted es muy callado.



Ensayo anti-calor

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El estúpido calor neutraliza la vitalidad. A todo aquel defensor del calor le voy a meter un refrigerador por la nariz. 

La deidad culpable merece castigo. Un tal Caldeus o Deus Caldo. Estoy al mando de una misión especial encargada de inutilizar la navaja del sol. En las próximas semanas el calor será erradicado indefinidamente. 

Hemos recibido quejas del Consejo de Playas y Chapoteaderos. No soportaremos que nuestros televisores al aire libre permanezcan chamuscados entre los restos de pollo, cangrejo y sandalias raídas. 

Me he comprometido a reblandecer la opinión pública basándome en la supremacía del Ayuntamiento de Frialdad y Congelación de Patios, Mujeres y Niños. Debatiré con sustento en el siguiente decálogo a la negación del bochorno.

Transcribo:

1) Sofocado bajo un sol no me concentro.
2) Casi me derrito anoche.
3) No me atrevo a insultar un fenómeno natural.
4) Del frío no me quejo, todavía.
5) El aire acondicionado es un beneficio del que abuso. Resguardarse del calor es una adicción.
6) Se han cometido actos deleznables bajo la influencia del calor. (Léase El Extranjero)
7) El sudor es un desgaste que debería invertirse únicamente (o más) en follar o encarcelar bandidos.
8) La distracción provocada por el calor incita al alcoholismo y el ocio.
9) El calor erosiona el cuero cabelludo. 
10) Las fuentes de irrigación se desperdician debido a la evaporación inminente e inmediata en ambientes con altas temperaturas.

Los termómetros exageran. ¿Por qué debemos respetar el calentamiento de los objetos negros ? Exhorto al mundo a que nos levantemos en armas contra la radiación solar. Deslindémonos del carro de Faetonte. Hagámoslo caer con nuestra desdicha e indignación. Prendámosle hielo (lo contrario, aunque suene ambiguo) a nuestras colchas y trepemos las antenas parabólicas para desnucar el potencial de la malnacida estrella, frívola, que nos han impuesto como una corona de hornillas. 

No confundan la apatía con calentura. No confundan la irritabilidad con el asco. Alcemos nuestros taciturnos ventiladores para convocar una asamblea. Podemos arrebatarle los cerillos. Podemos infiltrarnos en el núcleo de espinas y cortar su intestino hasta sentenciar su destitución. 

El calor sentirá la humillación de la podredumbre. No sin antes disculparse con hospitales y lupanares, porque su ausencia incrementará la inversión de bienes raíces en el sector árido.

Con sinceros anti-lanzallamas,
Su comisionado del Departamento de Sumisión al Frío.

Ing. Ñándalo Mansé.      



Molecula tostada

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Estuve revisando la respiración de una bandera. 
Se quedó dormida después de un baño acelerado.
Por impulso nos transmitimos fervor inusual.
No me cansé de hablar con ella.
Absorbí. 
Canté uno de sus párpados.
La lluvia pule el contorno de fogatas recién sacudidas,
nuestras manos se despiden del papel.
Las murallas sufren contorsiones, se transforman en anaqueles. 
Camina consigo, me lleva en su cuello. 
Uvas rojas privadas, embisten un escenario de aire.
Su aliento seduce con donaire 
los sables y los cánticos.
Sus dulces huellas me debilitan, 
me conducen a reminiscencias infantiles.
El cariño es una juegarreta.
Las voces se entrelazan para adormecer 
el alimento del erotismo,
los capullos roídos, 
el abismo disipa semáforos 
o dientes de bengala.

Y unas esferas pétreas colorean tus huesos,
tus vértebras de arrozal, libélula internada en tronco 
y telaraña fosforescente.
¿Qué trato de expresar?
Un abrazo, o una zambullida. 

No sé pescar.

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- Me tientan.
- No sé cómo seguir.
- ¿Estás harta?
- Me siento trabada. No he salido a pasear en meses.
- Te llevaré al río. La próxima semana.
- No me prometas agua, no me sirve, quiero romper una piedra.
- ¿Un guijarro?
- No. Bigger. La legaña de un peñasco y agrietarla. 
- ¿Te puedo abrazar?
- Hoy no, el contacto me estorba. No tolero la ropa.
- Puedes pescar un resfriado.
- No sé pescar.
- Me refiero a la gripa.
- Ya sé, idiota, jaja, ¿Todavía te sonrojas?
- Quiero irme. Me voy. Siempre me lastimas.
- Porque eres un mártir de mierda. Lárgate.
- Adiós.
- Palpa la chapa. Soy yo. Es un tumor. Son mis senos antes del deshielo.
- La toqué.
- Te tocó mentir. Aflígete mientras duermo. No regreses a menos que quieras llorar y me pidas gentilmente un embudo.

Trampa

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Desperté a las seis de la tarde con mucha sed y ganas de quedarme en la cama leyendo. Salpiqué mi pereza en el lavabo. Postergué limpieza, obligaciones y todo lo demás que fuera tedioso y estuviese inacabado. No quería pensar. Me resisto a acelerar los traslados de un maniático a otro maniático para llegar a un maniático y sudar como enfermero.

Me despreocupé. Será un fin de semana prolongado. Respiré para llamarle a Claudia. ¿Te caigo en quince minutos? Salí sin abrigo. Caminé o troté al cruzar un parque mojado y avisarle a Fabio la locación del encuentro. Me lloraron los ojos por el viento. Alquilé un té helado (porque ya no los venden).

Me senté junto a Julia, la mejor amiga de Claudia. Hablamos sobre una tormenta que mató a no sé quién. Es un instante borroso. Luego llegó Fabio y compramos botanas. Perseguimos a un niño que bailaba frente a un tendero indiferente. Compré cigarros y galletas de canela (combinación estelar).

Rumiamos indecisos antes de abrir las cervezas. ¿Vamos a una fiesta o permanecemos en el piso, haciendo ángeles de mugre, hablando mal del prójimo? Optamos por la música fuerte con desconocidos con olor a piñata incendiada, no sin antes memorizar el rumbo vía Google Maps.

Nos dirigíamos a la fiesta de Hitler, aka Adolf Hipster, un pazguato afeminado que habla en voz baja. Arribamos descaradamente fumando como prostitutas alebrestadas y picando comida como castores. Escuché con atención un dilema circunstancial que atormenta a Julia desde hace meses. Un tal Ramiro lo escuchó sin entender un carajo. Me detuvo después y con el argot de los metiches me expuso una apología al rompimiento de noviazgos. Me aburrió como la literatura antártica, inexistente.

Bailamos como insectos para retar a los odiosos. Hablé como español para entrar en conversaciones repulsivas. Me escabullí al baño un par de veces (de lo que mejor recuerdo), reí por chistes incomprensibles o eran muy malos o porque todos se retorcían menos yo. Después intenté explicar una anécdota con un arete, un cacahuate y un escote. En vano.

Engullimos brownies, jícama y chetos. Ignoramos que los primeros estaban barnizados con mariguana. Nos advirtieron tarde. Un bromista desconsiderado mezclo los que sí tenían con los que no. Tercer Reich de mierda. El festejado imita a Chaplin. Todo se alteró.

Cuando pensé que unos fantasmas sostenían una torre en la ventana. Cuando las arterias dejaron de fluir. Cuando las brasas entraron en el torrente. Tuberías ahumadas. Mi cuerpo se balanceó. Les pedí a Claudia y a Fabio hacer como si nunca hubiéramos llegado.

Salimos a la banqueta y la hierba nos chantejeo. Durísimo. Ya no estábamos en la colonia. Nos desintegramos y trasladamos blandas capas de lentes y lentes y lentes y lentes y lentes a Xalapa o a un parque eterno con árboles intestinales que surgían en muerte con nuestra ansiedad. No cabíamos en el espacio. Masa y dilatación. Asumí el rol de protector del alarido. Fabio fue conductor de la eternidad. Estuvimos atorados, menguantes, en una visión. Me precipité a tararear. Claudia se relajó.

Tardamos milenios (media hora) en llegar. Con radar psicodélico, la cruz de la iglesia azul neón a una distancia inverosímil. Que se alejaba. Cautivos en intermitencia. Repetición de los trazos corporales y los movimientos de la zona. Remolino. Ningún reloj. Una serenidad lúdica. Muerte incompleta envuelta en sensatez e intolerancia. Desconfiguración del alma, separación de sombras y señores que se burlaron de nosotros cuando comimos una torta en el suelo. Porque sabían que estábamos hartos.

El trance prosiguió. Fue una falsa pesadilla. Estar ahogado en un mundo sin agua. Nos olvidamos. Nos centramos en el derrame. ¿Ustedes dónde se quedaron? De ahí excavan los desenlaces.

Llegué a mi casa a masturbarme y a lamer música.

Amanecí deshidratado, con cara de lodo.