Incapaz

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Soy incapaz
de regresar 
a Tenochtitlán. 

Soy incapaz de resignación.

Soy incapaz de aceptar
ineptitud.

Soy incapaz de dimitir;
incapaz de recuperación.

Soy incapaz de disciplina
o negar morfina.

Soy incapaz de
seguirte. 

Soy incapaz de instruir.

Soy incapaz de repetir
de repetir
de repetir
de repetir.

Soy incapaz de recluirte,
de convertirme
en otra estructura. 

Soy incapaz de discernir entre sordo y mudo.

Soy incapaz de detener; 
soy indolente, insaciable, intolerante, 
imbécil.

Soy incapaz de alegrar.

Soy
la hemorragia. 

Sonidos

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Sollozo:

-¡Aléjate!

Ninguna de las ramas termina.

Un relámpago respondió:

-Encontré serenidad en el vacío,
salí para perder y cavar.
Sepulté solemnidad.
Aplasto la luz.-

Un torpe:

-Nada de actrices,
pinche feromona.
Me niego.
Te doleré.
Soy intolerante al interior.

Dije:

-No quiero.
Minúsculo cráneo,
florecer en el vapor.
Árbol húmedo
sacudido por un anciano.

La mujer susurró:

-Balbucea, oscuridad,
recomiéndale al viejo unos ojos.

Todos clamaron:

-Abstrusa vida,
bucea  en un océano invertido. 

Ilesa

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                                                                                Para Itzel 
Te escondiste del fuego
pensando que los demás tendrían frío.

Le perdiste el rastro
a las sátiras húmedas boreales
en distorsión.

Quieres convertirte en lo tenue
Y que la tibieza se desnude ante ti.

Puente fronterizo entre aflicción y 
Labios, labios de haragán. 

Parpadea, luminosa, sin la nieve.
Confundida.
Entre el halo de emoción que emites. 

Y saber que memorizas la maldad
para alertar al volcán 
cuando se avecine la tempestad.

Y querer 
que el mundo sea plano otra vez
para escuchar su lado B.

Nombres moldeables 
enamorados de la purga-noche.

Nada se interpone entre la redacción de bailes-vuelos-páginas
y muecas

Tienta el micrófono en altamar,
rompe la tuna
con tus manos sorprendidas en las alturas. 

Decirte que saldrás ilesa por hoy
cuando reaparezca el panteón
con huesos desconocidos
que formen un mensaje. 

Y querer que el mundo esté intacto otra vez.





##

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Se sentó en la vaina de la espada,
contempló los nudillos de mundos danzantes,
la fiera le grabó un demo
con oscuridades.

Usted amagó
cuando llovieron cucharas.
Usted rompió trenes
y le pidió ojos a los limosneros.

¿Qué?
¿Ya no quiere leerme?
¿Fatalismo de abolengo?
Ámense los fondos del inodoro,
donde ningún roble cae en
tormentas de audio.

En noches despegadas
se roe la gasa,
y linfocitos en fachas
se quedan a cenar cereal
con las falsedades,
con las hipnotizadas botellas frías.

Usted es una
de las costillas
del aparato de Golgi.
Usted es, del anochecer a la quijada,
un Dios endeudado
con la imprenta
ensangrentada
que Gutenberg estropeó
con su mentirosa elegancia.

¿Qué?
¿En dónde más se puede despertar?
Apúrate, o no se salpicarán bien las banquetas.
Usted es muy callado.



Ensayo anti-calor

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El estúpido calor neutraliza la vitalidad. A todo aquel defensor del calor le voy a meter un refrigerador por la nariz. 

La deidad culpable merece castigo. Un tal Caldeus o Deus Caldo. Estoy al mando de una misión especial encargada de inutilizar la navaja del sol. En las próximas semanas el calor será erradicado indefinidamente. 

Hemos recibido quejas del Consejo de Playas y Chapoteaderos. No soportaremos que nuestros televisores al aire libre permanezcan chamuscados entre los restos de pollo, cangrejo y sandalias raídas. 

Me he comprometido a reblandecer la opinión pública basándome en la supremacía del Ayuntamiento de Frialdad y Congelación de Patios, Mujeres y Niños. Debatiré con sustento en el siguiente decálogo a la negación del bochorno.

Transcribo:

1) Sofocado bajo un sol no me concentro.
2) Casi me derrito anoche.
3) No me atrevo a insultar un fenómeno natural.
4) Del frío no me quejo, todavía.
5) El aire acondicionado es un beneficio del que abuso. Resguardarse del calor es una adicción.
6) Se han cometido actos deleznables bajo la influencia del calor. (Léase El Extranjero)
7) El sudor es un desgaste que debería invertirse únicamente (o más) en follar o encarcelar bandidos.
8) La distracción provocada por el calor incita al alcoholismo y el ocio.
9) El calor erosiona el cuero cabelludo. 
10) Las fuentes de irrigación se desperdician debido a la evaporación inminente e inmediata en ambientes con altas temperaturas.

Los termómetros exageran. ¿Por qué debemos respetar el calentamiento de los objetos negros ? Exhorto al mundo a que nos levantemos en armas contra la radiación solar. Deslindémonos del carro de Faetonte. Hagámoslo caer con nuestra desdicha e indignación. Prendámosle hielo (lo contrario, aunque suene ambiguo) a nuestras colchas y trepemos las antenas parabólicas para desnucar el potencial de la malnacida estrella, frívola, que nos han impuesto como una corona de hornillas. 

No confundan la apatía con calentura. No confundan la irritabilidad con el asco. Alcemos nuestros taciturnos ventiladores para convocar una asamblea. Podemos arrebatarle los cerillos. Podemos infiltrarnos en el núcleo de espinas y cortar su intestino hasta sentenciar su destitución. 

El calor sentirá la humillación de la podredumbre. No sin antes disculparse con hospitales y lupanares, porque su ausencia incrementará la inversión de bienes raíces en el sector árido.

Con sinceros anti-lanzallamas,
Su comisionado del Departamento de Sumisión al Frío.

Ing. Ñándalo Mansé.      



Molecula tostada

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Estuve revisando la respiración de una bandera. 
Se quedó dormida después de un baño acelerado.
Por impulso nos transmitimos fervor inusual.
No me cansé de hablar con ella.
Absorbí. 
Canté uno de sus párpados.
La lluvia pule el contorno de fogatas recién sacudidas,
nuestras manos se despiden del papel.
Las murallas sufren contorsiones, se transforman en anaqueles. 
Camina consigo, me lleva en su cuello. 
Uvas rojas privadas, embisten un escenario de aire.
Su aliento seduce con donaire 
los sables y los cánticos.
Sus dulces huellas me debilitan, 
me conducen a reminiscencias infantiles.
El cariño es una juegarreta.
Las voces se entrelazan para adormecer 
el alimento del erotismo,
los capullos roídos, 
el abismo disipa semáforos 
o dientes de bengala.

Y unas esferas pétreas colorean tus huesos,
tus vértebras de arrozal, libélula internada en tronco 
y telaraña fosforescente.
¿Qué trato de expresar?
Un abrazo, o una zambullida. 

No sé pescar.

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- Me tientan.
- No sé cómo seguir.
- ¿Estás harta?
- Me siento trabada. No he salido a pasear en meses.
- Te llevaré al río. La próxima semana.
- No me prometas agua, no me sirve, quiero romper una piedra.
- ¿Un guijarro?
- No. Bigger. La legaña de un peñasco y agrietarla. 
- ¿Te puedo abrazar?
- Hoy no, el contacto me estorba. No tolero la ropa.
- Puedes pescar un resfriado.
- No sé pescar.
- Me refiero a la gripa.
- Ya sé, idiota, jaja, ¿Todavía te sonrojas?
- Quiero irme. Me voy. Siempre me lastimas.
- Porque eres un mártir de mierda. Lárgate.
- Adiós.
- Palpa la chapa. Soy yo. Es un tumor. Son mis senos antes del deshielo.
- La toqué.
- Te tocó mentir. Aflígete mientras duermo. No regreses a menos que quieras llorar y me pidas gentilmente un embudo.

Trampa

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Desperté a las seis de la tarde con mucha sed y ganas de quedarme en la cama leyendo. Salpiqué mi pereza en el lavabo. Postergué limpieza, obligaciones y todo lo demás que fuera tedioso y estuviese inacabado. No quería pensar. Me resisto a acelerar los traslados de un maniático a otro maniático para llegar a un maniático y sudar como enfermero.

Me despreocupé. Será un fin de semana prolongado. Respiré para llamarle a Claudia. ¿Te caigo en quince minutos? Salí sin abrigo. Caminé o troté al cruzar un parque mojado y avisarle a Fabio la locación del encuentro. Me lloraron los ojos por el viento. Alquilé un té helado (porque ya no los venden).

Me senté junto a Julia, la mejor amiga de Claudia. Hablamos sobre una tormenta que mató a no sé quién. Es un instante borroso. Luego llegó Fabio y compramos botanas. Perseguimos a un niño que bailaba frente a un tendero indiferente. Compré cigarros y galletas de canela (combinación estelar).

Rumiamos indecisos antes de abrir las cervezas. ¿Vamos a una fiesta o permanecemos en el piso, haciendo ángeles de mugre, hablando mal del prójimo? Optamos por la música fuerte con desconocidos con olor a piñata incendiada, no sin antes memorizar el rumbo vía Google Maps.

Nos dirigíamos a la fiesta de Hitler, aka Adolf Hipster, un pazguato afeminado que habla en voz baja. Arribamos descaradamente fumando como prostitutas alebrestadas y picando comida como castores. Escuché con atención un dilema circunstancial que atormenta a Julia desde hace meses. Un tal Ramiro lo escuchó sin entender un carajo. Me detuvo después y con el argot de los metiches me expuso una apología al rompimiento de noviazgos. Me aburrió como la literatura antártica, inexistente.

Bailamos como insectos para retar a los odiosos. Hablé como español para entrar en conversaciones repulsivas. Me escabullí al baño un par de veces (de lo que mejor recuerdo), reí por chistes incomprensibles o eran muy malos o porque todos se retorcían menos yo. Después intenté explicar una anécdota con un arete, un cacahuate y un escote. En vano.

Engullimos brownies, jícama y chetos. Ignoramos que los primeros estaban barnizados con mariguana. Nos advirtieron tarde. Un bromista desconsiderado mezclo los que sí tenían con los que no. Tercer Reich de mierda. El festejado imita a Chaplin. Todo se alteró.

Cuando pensé que unos fantasmas sostenían una torre en la ventana. Cuando las arterias dejaron de fluir. Cuando las brasas entraron en el torrente. Tuberías ahumadas. Mi cuerpo se balanceó. Les pedí a Claudia y a Fabio hacer como si nunca hubiéramos llegado.

Salimos a la banqueta y la hierba nos chantejeo. Durísimo. Ya no estábamos en la colonia. Nos desintegramos y trasladamos blandas capas de lentes y lentes y lentes y lentes y lentes a Xalapa o a un parque eterno con árboles intestinales que surgían en muerte con nuestra ansiedad. No cabíamos en el espacio. Masa y dilatación. Asumí el rol de protector del alarido. Fabio fue conductor de la eternidad. Estuvimos atorados, menguantes, en una visión. Me precipité a tararear. Claudia se relajó.

Tardamos milenios (media hora) en llegar. Con radar psicodélico, la cruz de la iglesia azul neón a una distancia inverosímil. Que se alejaba. Cautivos en intermitencia. Repetición de los trazos corporales y los movimientos de la zona. Remolino. Ningún reloj. Una serenidad lúdica. Muerte incompleta envuelta en sensatez e intolerancia. Desconfiguración del alma, separación de sombras y señores que se burlaron de nosotros cuando comimos una torta en el suelo. Porque sabían que estábamos hartos.

El trance prosiguió. Fue una falsa pesadilla. Estar ahogado en un mundo sin agua. Nos olvidamos. Nos centramos en el derrame. ¿Ustedes dónde se quedaron? De ahí excavan los desenlaces.

Llegué a mi casa a masturbarme y a lamer música.

Amanecí deshidratado, con cara de lodo.

Desolación

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Hasta hoy no había balbuceado tanta oscuridad. Las sombras imprecan migrañas con huecos, los cuerpos menos visitados.

¿Anhedonia? ¿Qué significa? Imposibilidad de placer. Placer  -queridos pasajeros, lamentamos informarles que los próximos años serán turbulencias y espirales del drenaje- Todo va a cambiar para siempre. Para bien.
El fervor no es placa tectónica. No es nostalgia.

Me quedo.

Ya te diré pues estás preocupada. Antes de tu mordida yo ya tenía trastornos, yo ya moría de frío y las colchas se mofaban. Las personalidades de la escandalosa, estupefacta miseria.

¿Quién llora? (No se especifica en la receta médica)

Preguntas para necios que me han encadenado a techos y ductos de ventilación.

¡Se está inundando!

Ahora vuelvo.

Ya. Fui al baño a quitar la horca.

Entonces las vacilaciones ¿Por qué no puedo descender? ¿Por qué la tristeza se escribe así?  ¿Por qué las carcajadas? ¿Por qué las ostras? ¿Por qué no puedo? ¿Por qué descontrol? ¿Por qué las neuronas? 


El sublime disturbio.

Perdón, ahora sí.

Lo siento. Me retracto.

Astronauta enojado con la luna

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Frustración recostada sobre cráter
desvelo eterno. 
Rasposa polvareda alumbrada y gris
Aspiraciones vulnerables.
El casco lúgubre, erosión de sangre blanca. Paseos congelador en la blanca uña, en la nostalgia menguante, distracción de asteroides fúnebres. Orbe menospreciado por el desdén, espejismos siderales. Ente astropólogo atormentado por el transcurso de las rocas y las heridas respiradas, convertidas en cables que se desenrollan desde un tanque. Cautivo en una válvula, moribundo. Desprendí un grito ahogado…en el mar de la tranquilidad, intempestivo… ¿Por qué una esfera desértica no siente lástima y no quiere adueñarse de nuestras prisiones?

Afección

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Condenado a amar. A joderme junto a ti.
A perseguir humo.
A matar volcanes.
A caducar.

Me resigno a mojar los pies desde el precipicio.
Propenso al desborde.
Voz entrelazada y ronca.
Ánimos fisurados.
(No merezco tu miedo)

Me afecta...
Me afecta (tu pintura en el paladar),
y no como estorbo.
En polea, laguna descongelada
o aurora en desaparición.

Moco de Pavo

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El cielo se decoloró después del entierro de Tobías. El mundo se degradó como una bufanda empapada. Cuando para los demás esclarecía y era un azul Caribe, yo lo veía blanquecino. La comida se tornó agria y la música insultante. Mi esposa se cansó. Se fue, en una sumersión. Sobando una quemadura con un vidrio frío.

Abandoné mi vida profesional. Traté de refugiarme en una casa de madera con ventanas de cobre. La agonía se interpuso a las siestas, al atardecer, en los detalles. El viento me debilitaba. Drástico, con lástima, el olvido me pidió perdón.

Entré al museo donde una exhibición me hizo recordar que hace muchos años compré una enciclopedia de tradiciones. Fui capturado por una de las descripciones, denominada el día de los muertos. El asombro remanente inspiró el plan.

Decidí sacar dinero del banco e invadir una habitación en México. Revisé un mapa antes de negar el océano. Rememoré los ojos azules de Tobías. Su color favorito era el gris, me confesó, porque lo adormecía.

Todo es menos triste desde que desempaqué. Alquilé un cuchitril en Veracruz, en lo que encuentro ocupación.

Huí del puerto. No tolero la violencia ni el calor. Antier me arrestaron y cada día las playas se marchitan con sombras de barcos armados.

Me recomendaron Xalapa. Comencé limpiando los suelos de un mercado que está entre una cárcel y una iglesia. Es un tenderete cuadrangular, red de pesca. Recojo los filamentos de perejil y los jitomates. Todas las mañanas me regalan el desayuno a cambio de una barrida. Me apodan ‘Ese’ como diminutivo de Sören. Jaime, el florista, cree que es la traducción de Sergio. Me agrada su humildad. Es de los pocos que respeta mi discreción. A nadie le he mencionado la voz de Tobías, que resuena entre mis ganglios como una paloma aplastada o un violonchelo sin aplomo. Nadie cuestiona los motivos de mi emigración. La consideran irreflexiva.

Jaime se burla de mi desaparición en el primer mundo. Me pregunta si es sensato retroceder en la cadena evolutiva. Yo le respondo con una postal ajada que me heredó un bisabuelo: reseña en perfecto español la prepotencia. Me invitó a cenar para decidir que -nada importa tanto-.
Con él me sinceré, aquella noche, después de los mariscos. Caminamos y le traduje mi pasado. Lloró y a la mañana siguiente le pedí un favor.

Vine a México para conseguir un empleo en cualquier cementerio, uno vetusto y con rejas, con un olmo en la salida y el tiritar.

Quiero sacudir las tumbas, recuperar su dolencia, curarlas con lentitud de pañuelo. Roncar al lado de sábanas llameantes y luto admirable.

Antes de evacuar Dinamarca requerí un permiso de exhumación. Al hacerlo sentí la cabellera de Tobías en mi barbilla. Percibí sus dedos doblando mi oreja. Lo escuché resoplar. El traslado de su cuerpo se lo encargué a un amigo pescador capaz de transmutar un ataúd en un barco de vapor o un giro postal.

Cuando llegó el deshecho, protagonista de mis lágrimas, se abrían los primeros pétalos de agosto y mi puesto en el cementerio era evidente para viudas y espectros. En un segundo entierro el alma de mi progenie descansó en una parcela de mazorcas, con un epitafio ronco. Me despedí con un alcatraz en las rodillas.

Jaime me condujo a su pueblo natal separado a media hora del centro. Su madre nos abasteció con gastronomía florida y aguas frescas. Posteriormente caminamos a un costado de la vía del tren hasta llegar a un gallinero, en la colina. Le descubrí mis intenciones para el dos de noviembre. Jaime y su madre me instruyeron en el detallado ritual, me aseguraron los estimulantes de atracción paranormal. El aseo, el aroma, el color, el dolor, el lamento y la aparición.

El penúltimo mes, asemejado a un mariachi nórdico, me senté a sacudir la maleza y encendí incienso junto al fuego naranja. Enjugué los ramos de cempasúchil con la convección de la veladora. Tobías era cada sensación. Los aromas se interpusieron entre una noche estrellada y los huesitos calcinados cubiertos de losas. Los susurros mortuorios callaron. Una jarana con dos cuerdas movió una cancioncilla. La melancolía absorbió el color morado y naranja entre la oscuridad.
Me despertó un pie terroso que sobó mi mano.
-¿Papá? ¿Qué haces aquí?-
Abracé las piernas de mi hijo y me sumí en su esencia.

Morderse las uñas o las rodillas o la alfombra

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Nieve y desierto.

El miércoles pasado.
Sucio. Aversión. 
Presencia devastadora
sobre la caída (hundimiento, ruptura, ruina, demolición, explosión, pandemónium)
Del sistema capitalista desde una perspectiva 
comunista. 

Callejón más angosto. 
Capcioso. No me quedó como esperaba.
Pensando en todos los artefactos que han intentado disolver, 
Desconcertante. Dolor apasionante.
Venimos a promocionar la alegría.

Pensé en el nerviosismo. Conciliábulo de cabezas. 
El cuerpo como una corporación. 
Guerra de fogatas.
Ya, los fusilarán. 
¿Y si se oponen?
Una pistola del tamaño de Rusia.

¿Es factible? No es como la calma o la perdición.
Ochenta horizontes. 
Para demostrar que lo hacen mejor que los demás.
Me cubro los oídos.
Me inspira y me preocupa. 
La amo porque me irrita.
Sentir como los dientes en las uñas, 
menguar presentimientos y replicar.
Conseguir lo indemne y pasearlo.

Cuento chistoso con un final demoledor

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No recuerdo cuando empecé a perder la vista. Supuré una semana de achaques. Llegó una jodida tormenta a mis libretas, no pude escribir en la universidad. Las mañanas son mi jaqueca. (conozco un toro pequeñito, lo invito a desayunar un panqué con leche en mi cerebro, pero siempre disputamos la verdad de los asuntos vacunos y termina embistiendo y desordenando toda la sustancia gris y las lámparas. El otro día rompió la mecedora de mi abuelo, y bueno, son objetos perecederos, sí, pero le quita sílabas a mi nostalgia. Ahora ando por ahí con mi nostal o mi talgia) Por las tardes duermo y eso desequilibra mi hambre, flojera e inspiración. Escribo a oscuras, con tinta succionada de las pinturas rupestres menos estimulantes. Me levanto y me pongo a refunfuñar porque me perdí el atardecer. Las puestas de sol coleccionables, las cazo con un arco de plástico inflado con mala publicidad (destapacaños que brillan en la oscuridad) y una flecha de neopreno, apretada como un risco. Mis metáforas me disgustan. Las siento guangas. Cuando se va la luz y regresa, tú acabas de abrir el refrigerador y el resplandor de foco gélido, artificial, nervioso te llega con el olor a plátano húmedo o de cristal empañado... Pues así me siento últimamente, como el pico fosforescente de una gaviota aciaga con las plumas quemadas por un faro de molestias. Me quedo en calzones toda la luna (es decir todo el funeral, es decir toda la lluvia nocturna) y con garabatos termino un poema a guitarrazos y luego leo a los simbolistas franceses y posteriormente me deprimo y para salir del fango espiritual me pongo a cantar como perro (ídem a ladrar como músico) y al día siguiente me llevan un citatorio formalísimo al salón donde llevo la clase de 'Lingüística administrativa para pérfidas desgraciadas y aduladoras del formalismo ruso antiorgásmico y anticulinario' y (el sonido de la caída de una caja) me estrellé contra el cansancio.

Me levantó una de esas gordas aspirinas del tamaño de una quijada y ahí me ven patinando en el estanque congelado de mis ojeras para llegar a una oficina. Me reporté con el Licenciado Mengano y una secretaria me pidió tomar asiento, entonces yo saqué mi lanzallamas portátil y un vasito cónico de papel para arremeter a llamaradas salvajes contra la silla que ardió hasta quejarse, finalmente con un soplido bien hipócrita se derritió y yo retuve el juguito restante en el cono y lo empiné hacia mis labios y respondí: 'Épale, marciana, ya me tomé el asiento, literalmente, me lo bebí, me lo sorbí, me lo chupé. Y ya no gime la sequía al interior de mi garganta'. Pero sagradísimo coño, nada aconteció como lo estoy narrando. En vez de eso el licenciado Mengano me recibió. Resultó ser un caballo caballeroso. Me ofreció, me rogó ayudarlo para entrenar juntos a una bacteria tierna o a un hipopótamo anoréxico para el próximo torneo (o festival) de matatenas (en Zimbawe). Yo me crucé de brazos y le confesé que tenía en mi poder drogas deportadas desde Lituania hasta mis calcetines. El bárbaro se levantó bruscamente y me empujó con sus rodillas para acto sucesivo quitarme la camisa (con un destapacorchos), el muy maniático intentó dibujarme un pato con una crayola amarilla. Antes de eso yo ya había despertado en la sala de espera contigua a la verdadera oficina del licenciado Mengano. (Así ocurrieron los acontecimientos: me desmayé en el aula y el maestro asexual en lugar de encamarme rumbo a la enfermería me castigó por irresponsabilidad estomacal o una mafufada así, firmó mi citatorio con asuntos estudiantiles y contrató dos zopilotes para que me llevaran cagando (ojo, no dije cargando) y rodando (ojo, no dije volando) hasta las puertas del inframundo. En el vestíbulo conocí a Ian Curtis, el mero, y balbuceó con su palidez mientras mordía su dedo meñique y sostenía un periódico viscoso entre la axila: 'You hate less while sleeping.' ¿Habrá querido decir while dying? Estornudé y dolió para salir de esas cavernas.

El licenciado Mengano es un pelmazo disfrazado de caramelo cubierto de pelusas. Se aventó un monólogo insensible:
-Jovenzuelo, escuche con atención (una marca de audífonos auspiciadora), estamos hartos (es decir hasta el cuello, y si fuéramos jirafas aumentaría) de los juglares invasores y sus nocivas carpas al igual que sus ofensivas prosas. Aunado a esas manifestaciones o interpretaciones que van desde cavernícolas a mojarras o a protozooarios. No me interesa si ustedes se disculpan en cada ocasión y se retiran cuando los cachamos (llegamos tarde porque se atreven a organizar sus improvisaciones a la hora del té y eso es inaudito y ventajoso para ustedes e injusto para nosotros). Así que le voy a pedir que se me calmen, que se me aquieten y también le pediré estrictamente que me firme la siguiente petición para adoptar un manatí siberiano, porque mi esposa no me lo permite y si lo hacemos a su nombre nada de eso afecta).-

Grité como un mono aullador. Agarré un papel de baño y lo arrojé con toda la furia de 79 Polifemos (el cristal no se asustó siquiera) entonces me recomendó (es decir, me pre-obligó) asistir al psicólogo. Entonces me encaminé a un consultorio, pensando en Jung. ¿Le habrá gustado bailar salsa? Recordé un poema malísimo que tenía pegado en su baño un conocido que estudiaba un doctorado y tiene una tesis intitulada: 'Psicología necesaria para aprobar la zoofilia y/o necrofilia en Latinoamerica.' Con todo y baba fui al módulo de información para saber ¿dónde está el psicoanalista? y me hicieron completar una encuesta (pues ya estaba iniciada) y que citaré por puro entretenimiento:

A)¿Está satisfecho con la satisfacción de la información que lo satisfizo?
Respuesta: CAMELLO SIN JOROBA (el dibujo de un camello sin una joroba)

B)Del 1 al 10 siendo 1 'Asqueroso' y 10 'Ubicuo' ¿Qué opina sobre el servicio dado?
Respuesta: MAÍZ CON PRISA (el dibujo de una mazorca corriendo y sosteniendo un sombrero)

C) Si usted quisiera demandarnos ¿Usaría un abogado competente?
Opciones: Ajá;
Ojalá;
Otra: ¿cuál?

D) ¿Cree usted que estamos destrozando vidas (y un mundo) conforme resbalan los soles?
Opciones: No entendí la pregunta;
¿Podría repetir la pregunta?;
Soy metafísicamente incapaz de responder.
----------------(Fin de la encuesta.)

Me escabullí entre troncos y máquinas descapotadas hacia el edificio de asesorías donde una corbata me entrevistó. Yo le expresé mi voluntad para unirme a un novedoso movimiento de postvanguardia: el melancolíísmo. Escribo para esconderme, para desenfadarme, para mover ficciones. Le espeté mi parecer, sólo podría sentirme mejor si me permitía burlarme un poco de él. (¿Cómo? Le aconsejé googlear el concepto de solipsismo, dicen que horas después perdió los estribos y un imbécil lo ayudó a pegar y repartir panfletos de 'Se buscan estribos. Se ofrece recompensa alimenticia'). Posteriormente le pedí que me examinara con la prueba de Rorschach. Todo me remitía a una mariposa negra con rasgos azules, o a un hombre de nieve con cáncer, o a una rebelión orquestada con tinta de pulpo, o a un pantano estornudando. El individuo me regañó antes de finalizar la sesión, opinaba que yo soy un ente mediocre para mantener una beca con la calificación mínima aprobatoria, que yo era un vagabundo chapucero, un distraído, un bufón, un idiota virulento, y que una institución de renombre no merecía las desvergüenzas y menoscabos de mi ruin existencialismo ni tampoco los fuegos pirotécnicos de mis ataques de alegría. Me reprochó lo que sea.

Ahora suspiro. Quisiera ser un comediante profesional, o un trapecista, o un equilibrista, o un vigía a bordo de un rompehielos. Pero sólo soy escribano. Dirigí mis huesos al colchón donde muero. En el camino se interpuso una anciana morena con faceta obnubilada y un pocillo estirado con la limosna.
-¿Algo?- habló.
Y sus ojos callados, sus canas remilgadas y unas arrugas humilladas me lastimaron, el altar de una mujer marchita, censurada, como una tierra de anulación. Yo no traía dinero, de lo contrario le habría dado un billete de veinte, un par, un millón, si le fallase el corazón le daría el mío, lo remuevo y se lo tiendo como ofrenda, se lo inyecto por las costillas para que ella pueda seguir pidiendo.

26/Sept.