Describí un lugar.

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Describí un lugar significativo de mi pasado:


La casa de mis abuelos encima tres pisos. La azotea de barda es, para reconocimiento infantil, un encuentro entre el polvo, la vejez y unas manos pequeñas. El cuarto de lavado responde por la fachada de la biblioteca. Historietas, discos de vinilo. Esculturas de barro reconstruidas con pegamento. El tocadiscos moribundo. La mecedora desocupa cajas con adornos navideños, libros, hojas revueltas en capítulos apolillados y figuras de colección guardadas en el olvido.

Me gustaba viajar ligero por la azotea. El patio de recreo. Con balones o papalotes que se atoraban en las antenas o en el viento. La azotea fabrica un mirador. En las noches ronda el fantasma astronómico. Sobre aquella azotea imaginé desiertos destructores y camellos de metal. En aquella azotea inundé las islas que caían sobre los lagos. En aquella azotea espié a mi vecina la linda y me enamoré de sus apartados ojos. En aquella azotea lloré y regañé a Dios. En aquella azotea descubrí un caballo de plástico roto y busqué su jinete. Encontré una bicicleta disfuncional (y la confundí con una máquina del tiempo).

Aprendí a sanar leyendo en la azotea de la casa de mis abuelos. Trepé a la parte más alta para gritar lo que sentía o recuperar lo que tiré. Piedras y escupitajos al bote del terreno baldío. En aquella azotea me ensucié las manos platicando con hormigas y quemando plastilina. Dibujé un dragón y rayé el cemento. La azotea de las travesuras es ahora la azotea de la guitarra. Me refugio de la lluvia. Reboto una pelota de goma, en el frontón, contra la irremediable pared hasta invadir la azotea contigua.

La azotea todavía existe. Mismas losas, nuevas reminiscencias. En la azotea aprendí a cantar. La azotea ya no tiene vista al patio de tierra (ya no hay rosales en el jardín, ahora hay cochera). Hay un nuevo cuarto. Fui inquilino. La azotea acordonada por mayas grises. La pintaron de caqui. La azotea donde rompimos un cristal. La azotea que no es un campo de cultivo y que casi no tiene tejado, la azotea calmada donde pueden crecer personas.

Cierro los ojos y recorro la azotea de mis suspiros. La azotea confortable y desalmada. Semejante azotea es el bosque perdido que evité. Pues ella, ese lugar, me atrapó antes de salir.

Monterrey, 18 de Enero.

Tiroteos

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Anoche cené un tiroteo, entró por las orejas y salió por el espasmo encarando una alarma de miedos. El primer tiroteo del año para mí. ¿Has escuchado los disparos? Parabellum sofocado. En un México sin aztecas ni sacrificios. En un México que exporta malas noticias. En un México salvaje y moralista. Dónde cada corro social habla, chismea o cotorrea. Revolotean los mismos temas. Repeticiones climáticas que entretienen a los vasallos del reino de la corrupción y la -desgastada palabra- inseguridad. Ya me harté de escuchar las mismas opiniones, casi quejas, los mismos lamentos, ya me cansé de alumbrar la misma salida de emergencias que parpadea como foco fundiéndose. Los estudiantes gritan por el combate al narcotráfico. Ni siquiera comprenden la causa de la guerra civil que está destronando relojes y misiles. Los estudiantes permiten la legalización de las drogas. Yo formo parte de una familia de estudiantes y nosotros tememos pero aún así salimos y enfrentamos una pila de hojas bronceadas. Una mochila, una vida, un horario. La hipocresía no oculta a los mariaguanos en los rincones de las fiestas con sus pipas de madera tamaño pezuña. No puedes reclamar una paliza con los guantes de boxear puestos. Les voy a contar una historia, una historia que creo bien documentada y provocativamente fiel. Es la historia de la guerra civil mexicana actual. (2010-2011), dedicada a mi ignorancia y a la opinión pública censurada, blasfema. Añadiendo los intolerantece jueces que estudian o trabajan en México y que presumen su inteligencia maleable con vanilocuencias y soliloquios impresionantemente inútiles.

Todo empezó con una sociedad tatuada. Los Mara Salvatrucha una organización de vándalos que se extendía desde centroamérica hasta Estados Unidos pasando por las costas de México (Se cree que también en Canadá y España). Ellos eran un problema serio: asesinos dispuestos a morder pieles, extorsionistas, secuestradores, ladrones. En fin, una serie de renegados violentos. El gobierno mexicano y el ejército creyeron encontrar una solución. Consistía en el entrenamiento, capacitación y adiestramiento de un grupo paramilitar conocido como los Zetas. (En el tercer piso tenemos la incubadora de psicópatas). Los Zetas dieron resultados favorables y aniquilaron a la mayoría de los Mara. Borraron los tatuajes con plomo. Los Zetas al sentirse salvadores, al enroscar su cuello de poder pues poseen capacidad militar imperdonable, pensaron en continuar con las mismas tareas ilícitas que realizaban los Mara. La solución se volvió un nuevo problema. Empeorando. El gobierno mexicano (que en realidad es lo más bajo) y el ejército se vieron traicionados. Los Zetas se unieron posteriormente y para peor sorpresa con el Cártel del Golfo. Poderosos y ostentosos narcotráficantes ayudados indirectamente por el Chapo (Forbes lo ubica en lugar 41 hablando de poder) líder del Cártel de Sinaloa. Los Zetas apretaron la mano derecha del Cartel. Juntos invencibles. Separados enemigos mortales. Su alianza fracasó con el asesinato de un integrante del Cartel de la mano de un Zeta que no quiso admitir su culpabilidad y perder la vida. Así comenzó la separación y el caos fue desatado. Cartel del Golfo versus Zetas. Suena a ficción, pero no lo es. Probablemente me asesinen al publicar esto en mi blog pero el internet perdura y las palabras progresan. Actualmente el ejército mexicano está aliado con el Cartel del Golfo para aniquilar el rastro de los Zetas y a los Zetas mismos. Todo lo que está ocurriendo es gracias a la falta de recursos de los Zetas (antes beneficiados por el oro conseguido tras la venta del vicio llamado drogas) han comenzado nuevos secuestros, extorsiones, líos y matanzas.

¡Los vicios fomentados por la sangre de los felinos hambrientos por terminar con nuestra paciencia! ¡Todo por un vicio! ¡Un egocentrismo desquiciado! ¡Cuando llamaremos a los hijos un deshecho histórico! ¡Injusticia natural para la hilera de palmeras!

¡Dónde están los soñadores, resguardados para alimentarse de los escombros!

¡Durará los diez años venideros! ¡Por algo despierto leyendo y anochezco bostezando! ¡Y es mi bostezo una oración!

Frescor.

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Rosas selectas: amarillas y blancas, frío rosal. Recién bañadas, envueltas en un plástico transparente. Rocían un aroma natural, limpio, descongestiona la nariz del hombre amarrado a la corbata; sostiene la garganta de impermeable sombrilla. Libera del bolsillo unas monedas polvorientas, las suelta en la mano mugrienta, cubierta de cloroplastos en porciones pintadas de guante.

Rosas blancas y amarillas circulan por el vecindario enrejado, consuelan las fachadas de fierro, es el polen un blanco fácil, seductor y delicado. El ramo delibera un destino: una pálida fotografía sobre la tumba; un ferrocarril y una mujer oliéndolas.

Cierta maceta colgada en el balcón o la melancolía de una boya en las tinieblas del mar.