Noctambulismo

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Espeluznante categoría de una noche respirada,
ventajosa,
pasivamente lúgubre.

El mito de los árboles castigados
en una estupefacción,
corrigen el rastro
del viento, nublado.

Nublado y extinto está mi ojo de pieles
caídas. Las páginas. Música
para estúpidos esclavos.

Espero, compadecido, el final
de un hermoso velorio.
Un pilar alumbrado; el último
integrante de un bosque de suplicas.

Un maremoto de hojas,
un tronco cicatriz.

Viento palmado, viento
espíritu enternecedor
reconfortante,
abstracto.

Le debo al universo la traducción.
No puedo con la paz.
La comparto, pero no
me mostraron la poción,
el modo de repartirla.

Alerta de frío,
el escalofrío es vida.

Tiemblan las entrañas de una noche gris,
sempiterna, memorable.

Una astucia alebrestada
por el inefable mundo de ventiscas,
de ventanas entreabiertas como puertos desembarcando ostras bajo los muelles
o como géysers abruptos.

Se constipan las estrellas junto al monte oscurecido
pegado al aire,
al impreciso cielo.
Nos hace uno mismo.

Paixtle y musgo.

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Vivimos en un vagón oscuro. Las noches son cielos cansados. Desayunamos fruta cubierta de hollín. Lavamos ropa y calcetines en un tanque de gasolina. Debo acompañar a mi madre a las inmediaciones del mercado. Cargamos pesebres de madera reparados por el martillo de mi hermano. Cargo a mi hermana en un sarape, se enrolla como canana rasgada. Las imperfecciones en la rodilla me obligan a arrastrar los pesebres. El leño es el mundo y nosotros subimos por las astillas.

Las demás personas, de mejor suerte que la nuestra, festejan. Gastan velas.  Otros rezamo. Le envié un telegrama a mi papá. Nada cambia. Cántanos. Y nos consume.  En Houston sin familia de sollozos mexicanos. Mi hermano trabajará en nochebuena. Promete traer comida y carbón. Las tiendas de abrigos cierran temprano. Todavía tengo que salir, esferas en mano y cantar la rama, esconderme de las luces y vaticinar calor. Pienso en la niña de los cerillos, muerta y cansada.

En la iglesia nos regalaron chocolate hirviendo. Abrigué a mi hermana y le compré un pedazo de pan. Mi madre teje y duerme poco. Cierto poder  me invita a escribirle cartas a los duendes, esos que traen regalos a los que obran bien. Familia de trabajos.  Los afortunados discuten y mastican. Enterramos cuchillos en el lodo y en la roca. ¡Obramos bien! ¿Por qué Dios nos separa? ¿Por qué la luna no aconseja?

Mi hermano planea acompañar a papá en el extranjero. Si las cosas siguen así. Lo he besado en la mejilla. Él ha impedido la hipotermia. Tenemos que salir. Salir a coser el vestido, el mantel de la clase media. Nos cuesta picar y meter el alfiler. La alfombra de los Ramírez ¡es el cobertor de la salvación! A mí hermano le obsesiona la nieve, quiere deslizarse en trineo. Yo le digo que la navidad mexicana no es así. La navidad mexicana es el vagón humeante, es el caldo de mamá, las migas de pan que sobraron, el sarape secándose. El adorno es la rama (el omóplato de un árbol gigante) y una herida. Derrotamos el trino del cascabel (el bote de monedas).

-La nieve, sacarla y brincarla.
- Nos mataría. Nos pondríamos azules.
-¿Le sigues escribiendo a esos duendes falsos?
- Sí.
-No tiene caso.
- Yo creo. Les encargué paixtle y musgo para poner un nacimiento.
- ¿Usarás el pesebre en vez de venderlo?

Píldora Amarga

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Fuera de persecución.

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Derramada la tarde, yo sin poder conciliar el sueño, las manos nerviosas solicitaban permiso para salir. Vamos a donde pocos recuerdan, el recorrido debe serenar. Me dirijo morosamente al cine, tambaleo mi respiración al atravesar un puente peatonal. Es la única alternativa para saludarte desde el otro lado. Las avenidas son un cortocircuito, arriesgado, blandiendo velocidades calientes, ellos pueden aplastarte, destruirte, morder tu oreja mientras sopla la fabrica. No lo corrijo y me largo.

Las ramas secas abren paso a una calma perentoria, es un riachuelo de briznas. No alcanzo a describir el cine vacío, el estacionamiento petrificado. Descubro el roto perímetro de una malla despeinada que enfrenta (con armadura roída por tucanes o por ratas) un acueducto y los garabatos que viven en el paredón. Más atrás la demolición de un edificio tenebroso, metálico sepia, descuidado como el otoño. Yo paso un pie, en la empuñadora de la banqueta, el saco que cargan mis hombros parece una bandera quemada y secada después de una larga guerra. Nadie gruñe, las hierbas callan. Yo escucho la música de The Kooks, es 'Do you wanna?'. Presiento en la memoria a una vieja amiga y joven mujer. Ella solía canturrearla.

El fondo del paisaje es una silla de montar. No aparece el caballo, creemos su muerte, la pestilencia que siguió, las carnes putrefactas, la silueta de una costilla, las moscas y los buitres. Pero mejor olvidarlo, nadie se ha ahorcado. El acueducto prosiguió, el agua marrón, la botella aplanada. Por donde yo anduve conquisté un columpio colorido. ¡Ay el parque de mi casa! ¡No estoy en mi casa! ¡No hay tierra natal! Pura melancolía, diáfana melancolía. En retroceso. Y el sol traspasa los pétalos de una bugambilia preciosa, frondosa como los pulmones que cristalizan el brillo. ¡Rocío! ¡Todo magicamente termina en una gota de rocío!

Las bellotas, las hojas lanceoladas regadas aleatoriamente son la verdadera admiración. Proviene de...

Cortas

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- Es tonto y debilucho quien se deja aprovechar así de esa manera, sin reclamar nada.
-O es amable.
- Los aprovechones se burlan de él.
-O agradecen. Depende.

*

¿No es vivir un poco egoísta? Todo para ti, todas las experiencias, todas las caídas, todas las bellezas. Para ti, recolectadas en tu baúl. ¿No es vivir un poco egoísta?




Mandarina

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Llevo quince coma cuatro años hospedado en las mejillas chapeadas de una mandarina. Salgo por una resbaladilla porosa y naranja; entro a la estancia principal por una gota. Recorro la escalada, trepando las lianas blanquecinas, son hebras talladas en la cáscara, unos puentes colgantes comestibles e inextricables. Los microbios los confiesan una misteriosa red de túneles irreconocibles sin antorcha.
Entiendo mejor que nadie las diferencias entre aromas: la cáscara exterior (la corteza volcánica cítrica, ácido aterciopelado, una cortina líquida desciende por los valles nostálgicos; ese olor es un pleonasmo, lo he poseído en otros lugares ¿dónde fue? En un mercado otoñal, en un altar, en una ofrenda. ¡Debe serlo! No lo había notado antes, todas las mandarinas padecen una conexión aromática, espiritual y sensitiva con las flores de cempasúchil, las retengo y me encuentro con el recuerdo de ese aroma por todos lados. Es una conmemoración centrífuga, un recordatorio del cambio de viento. Es una asociación aromática y sentimental que recién descubrí. Y acaparé el extensivo olfato.), la cáscara interior (es una cueva de arrugas frágiles, húmedas y menos trágicas que el manto exterior, lo más cautivador son las telarañas sazonadas que antes mencioné, semejantes a la sinapsis de una neurona; yo cuelgo despreocupado y entablo conversaciones enroscadas con las débiles hamacas.) y el fruto (se me permite nadar en él, pero no alimentarme, es intentar devorar las paredes y provocar una inundación pegajosa y llega a desordenar mis pertenencias. Puede equivocarse en rumbo y desfalcar el latido de la mandarina, los tragos inadmisibles del orbe pulposo, venoso, una bemba robusta deseosa de un beso intenso y fugaz.), pueden ser acertadas o lejanas.
Quisiera recalcar la conexión mística, malévola, inspiradora entre las flores anaranjadas y mi guarida. ¿Soy sólo yo? ¿Soy el único que acepta la presencia de los muertos o su esencia, o el cabello recogido de su esencia? Como si ambos se tratasen de una provocación, un imán naturista, un llamado aromático. La música predilecta, las señales que describen minuciosamente la cariñosa forma de regresar, o de llegar por vez primera.
Huelo en estas flores la mandíbula interna de una nostalgia regañada pero que sabe encontrar perdón en los rezos, en las susurradas confesiones de última hora, en la limpieza y adorno de una tumba. Las flores rebelan el aroma profano de osamentas reservadas para esta noche, para esta flama, para la crema de la cera que escurre por todo el altar, quemando el papel picado, cubriendo la mandarina, ¡encerrándonos!
Haz algo.
Revive esa mandarina.
Sopla la vela. Pero no la noche, ni el rito, y abriga las sombras que nos visitan. Adelante, siéntanse en su sala. Provecho.