Estoy sentado, con un tobillo en la rodilla, en la Secretaría de Relaciones Exteriores. En la tercera fila de sillas negras, semejantes a búfalos serenos. Hay unas mesitas de cartón para que jueguen los niños ¡Cuanta ternura se extiende por el diafragma! Cuando llegué estaba desolado el trigal, ahora abundan los espantapájaros. Similares a los amigos de mi última concubina. En ventanilla te reciben con especulación; el trámite. Rastrean lo que te falta. Es como entrevistar a una persona anteponiendo sus defectos. A ver, chico o chica ¿Cuál ha sido su más craso error? ¿Qué ha perdido últimamente? Dicen mi nombre propio y el primer apellido. 'Según' e improviso un chascarrillo. '¿Según quién?.
Y lo corrigen. Las correcciones son unas de las hojas selladas, un epigrama dibujado por un niño, coloreado por una cantante. Equivocado. Cuando nadie colecta gotas de aceite (duras críticas a la inexpresividad ajena, a los mismos defectos, hablan con saña ¡los que están a mi lado! Lastiman. Afectado, conservo esos lapsus, los mutis que construyo, permutados por dardos venenosos ¡Ay!). Preguntaré en ventanilla algo escandaloso ¿Permite exteriorizar los sentimientos, la simpatía? ¿Un tren demoro? Atienden las Relaciones Exteriores pero no los exteriores relacionados. No te quedes en el exterior. Entra.