La puerta del balcón levitaba frente a la calle protegida por el intempestivo llanto del viento. Las hojas, antes derribadas, remaban aceleradas, acechando la brújula inscrita en la alborada. Entrecerré la mirada y con el puño más cercano achaté mi nariz. Pausé la lectura, usé el dedo anular como separador, justo en la página 78 de ‘Vuelo de Noche’ de Saint-Exupéry. La espina dorsal me levantó con el soborno de un descanso.
Acerqué el balcón a mis huellas dactilares. El atardecer quería separarse del fulgor, había un ramillete lastimado en la banqueta. Abajo, los adoquines sepultados inspeccionaban un rompecabezas repetitivo, una que otra hierbita recordaba visitar ese rompecabezas rompecorazones. Una llanta ponchada replicaba un asunto menospreciable. Arriba, los tendederos vaciados enlazaban arcos bicolores enroscados. Tropezaban con suaves paredes desmaquilladas. Vi al sol atragantarse con una nube.
Resoplé. Con el reloj de muñeca en los bolsillos, no tenía nada, ninguna manecilla que arreglar o perder. Recordé por qué había sido interrumpido. Por una melodía lánguida (En el instante). Abrí la portezuela para meter los pentágramas. Salpicaron el ambiente, perfumando leña de librería. ¿De donde provenía la tímida música? No hacía falta escudriñar la cuadra para averiguarlo. Una marimba de madera acomodaba sus huellas en las cercanías de la entrada contigua. Acostadas láminas resonaban temblando, sostenidas por un armazón mártir y emitidas por un tubo de resonancia que amplificaba y esculpía las notas.
Le regresé la sonrisa, empaqué aquel encuentro tibio. Brillaban claros idiófonos en una presentación sobrecogedora. Me atrapó. Encontré a los interpretes. Precursores del oleaje. Sonido tras sonido. Pulían las cabezas de las rejas de nuestro vecindario, acolchonaban las jaulas. Yo los recuerdo como los pueblerinos recuerdan a los volcanes septentrionales. Musité una limosna.
El acompañamiento constaba de un tambor lamiendo un platillo y un güiro veracruzano (la canasta de la limosna). Los ejecutantes del chimuelo ritmo, detrás de la marimba, los culpables, los talentos, un par de muchachos, como de mi edad o mayores, poseían camisas/pañuelos descosidos, enlodados y un peinado erizado.
Debía ser su primo o su amigo el baterista tuerto, remodeló un paliacate antiguo para secarse el sudor de los dedos y permitirse una aburrida bufanda. La madre consolaba el güiro y tocaba los timbres de las casas rebanadas en fronteras ajardinadas mientras su bebita hija masticaba la melancolía de un chupón maloliente, asiéndose a una hamaca enrollada al cuerpo de su madrecita.
Más tarde aprecié a la mediana niña confeccionando sonajas con un pandero.
Aclimataron el entorno y el interior de nuestro océano de cables con ‘La Bamba’, que estrena un querido júbilo . Levanta el tránsito de varias vidas bajo una ciudad bohemia y cetrina. Romperé el silencio con ese recuerdo, cavilaré hasta regresar, ello conlleva un reencuentro entre motines emocionales que petrifican y retoman el verdadero significado de los sucesos y apreciar el afecto natural del pasado.
Revivían las tonadas con una nueva serenata que fue bruscamente entrecortada por una ventana abierta.
Se trataba del intolerante vecino. Invocó una petición dirigida a la familia que anidaba en la marimba. Son sus palabras un látigo descarado:
-¡Oigan! ¡Disculpen! (aquí se callaron y viraron la mirada buscando la grotesca voz bigotuda del reclamo injusto) ¿Podrían callarse o irse a otro lado? Estoy viendo las noticias y no me dejan escuchar. ¡Gracias!.
Me es doloroso reanudar después de semejante ofensa. Los músicos achicopalaron sus intenciones.
Desmantelaron su trabajo, un concierto después, y arrastraron los resquicios con otro rumbo. No era su intención molestar, no es posible gozar despedazados por la indiferencia. ¡Véanlos a los ojos! No lo aguanté mejor que ellos. Los perseguí varias semanas.
De inmediato deseo relatarles el misterio de los orígenes de aquella marimba. Conseguí ésta verdad en las azoradas cuevas que mienten y rellenan los precipicios occidentales.
‘Reliquia marimbae’ fue tallada en invaluable cedro proveniente del Congo (el estomago del papalote que disimula el perímetro del continente africano), dicha madera no fue obtenida después de un árbol, no perteneció a ninguna escultura. Es miembro de una leyenda, una mitología esotérica y maldita.
Un elefante pereció un hechizo vengativo. Una maga traviesa ofuscó los colmillos de retoño elefante al recriminarle a su padre, un semi-Dios de Marfil, el incumplimiento de un capricho.
Al madurar, el elefante con colmillos de madera fue interesante en las estampidas y satánicamente codiciado por cazadores lugareños. Fungió como príncipe de la manada. Fue decapitado por un relámpago en las medianías de la sabana. Sus colmillos de cedro, deseados por toda fogata, se perdieron hasta ser encontrados en diferente década por un explorador inglés, escondidos en tenebroso cementerio de elefantes. Para luego ser vendido o regateado entre las arenas circulares de pocos turbantes. Terminó como reserva de maderos en un navío que rechinó hasta la antigua Cuba. Lustros más tarde, en base a ese par de puntiagudos leños, se elaboraron: una flauta, una mecedora y una de las marimbas del pueblo. Lejos.
La humilde familia que ahora desaparecía en errante trayecto por toda la ciudadela desconocía los tremendos orígenes del cráter flotante en su trémula inspiración. Ellos pasean y se detienen, interminablemente. Sudan un arte que deja caer monedas perezosas en los ahorros diurnos.
Van a invadir el sonido del centro histórico de la ciudad. Las edificaciones desviadas, el mamotreto de la basura comercial que abunda en el suelo de la marcha. Los desprestigiados arbustos disipan tropiezos inútiles. El volcán flameante es una marimba, arroja lava sedienta y rocas negras. El precipicio es una montaña de banquetas, unos zapatos desgastados. Mi reseña. Esa familia de escasos sueños. ¡Voy a mirarles los ojos!
Has demostrado que son una distracción. Para ellos no cantan, son confundidos con el trajín. Presurosa tú.
Me alejé, inmereciendo el regreso.
Comienza a llover en el interior de mi garganta.